Epopeyas Magallánicas "rumbo a las Molucas y otras expediciones"
López Díaz, Juan Ángel

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Epopeyas Magallánicas "rumbo a las Molucas y otras expediciones"
López Díaz, Juan Ángel
FICHA TÉCNICA
- Editorial: Ediciones La Crítica
- ISBN: 978-84-127722-2-7
- Fecha de edición: 2024
- Nº edición: 1
- Idioma: Castellano
- Encuadernación: Rústica
- Dimensiones:
0 cm x 0 cm
- Nº páginas: 0
- Materias: Historia naval y marítima / Descubrimientos y exploraciones /
Para mediados del siglo XV hacía tiempo que castellanos y portugueses habían comenzado la descubierta y conquista de las islas y costas africanas en el Atlántico, donde se establecieron de forma permanente en las Canarias, Madera, Azores y Cabo Verde. Se crearon también asentamientos estratégicos en la tierra firme del África occidental, como Santa Cruz de la Mar Pequeña o, más al sur, San Jorge de la Mina, ya en el golfo de Guinea. El comercio más o menos reglado de esclavos, oro y especias, las lucrativas cabalgadas sobre la costa (Jiménez de la Espada, 1940), o bien la actividad pesquera, llevaban asiduamente a los marinos peninsulares cada vez más al sur. No tardaron en surgir las reivindicaciones territoriales, roces y con?ictos armados entre ambas potencias. Recuérdese, por ejemplo, la asunción por parte de Castilla del monopolio comercial guineano-peninsular en el contexto de la guerra luso-castellana. Circunstancia esta que dio lugar a operaciones de castigo contra las líneas comerciales y factorías portuguesas, como la expedición de Charles de Valera a Guinea en 1476 (Aznar, 2002). Los tratados posteriores relacionados con estos asuntos, como Alcaçobas-Toledo (1479) o Tordesillas (1494), intentaron dar una solución a los problemas, y reglar los ámbitos portugueses y castellanos en el Atlántico. Esto, no obstante, fue en el plano teórico, ya que las incursiones no demasiado legales de castellanos en áreas territoriales de in?uencia portuguesa fueron una constante hasta bien entrado el siglo XVI. Por ejemplo, en 1559, un funcionario portugués lo daba como cosa hecha, y se refería a la costume em que estavavo os das Canarias de irem a Guiné e as outras terras da sua demarcaçao a resgatar e fazer saltos (De Granda, 1969: 464). De hecho, el comercio castellano con el África subsahariana estuvo siempre reglado por la Casa de Contratación de Indias (Santana, 2010). Por otra parte, como señala Aznar Vallejo, no existieron reivindicaciones sobre porciones de mar . Es decir, tanto en la conciencia común de los marinos de la época como en los teóricos del Derecho pervivía la doctrina romana de que el mar era cosa común a todos. En los acuerdos se estipulaba la conquista de tierras y sus mares, pero limitados a la zona inmediata costera. Los motivos del monopolio portugués en la navegación a Guinea estuvieron relacionados con la evangelización (Aznar, 2008: 46). Por ejemplo, en 1538, años más tarde del Tratado de Zaragoza, uno de los testigos que declararon en una probanza relacionada con las armadas castellanas al Maluco se pronunciaba de esta manera: dixo que porque es cierto é público é notorio que todas las mares españolas é portuguesas son libres para se poder navegar por ellas, sin les ser puesto ningund ympedimiento, etc. (T. Medina, 1888: II, 259)
Las Armadas a la Especiería y la Casa de Contratación de La Coruña
A comienzos del siglo XVI, la Corona de Portugal había conseguido asentar la ruta hacia la India a través del cabo de Buena Esperanza. Previamente, Castilla se había topado con la enorme barrera de un continente en la búsqueda de una ruta hacia la Especiería (Lenkersdorf, 1997). En 1503 se creaba la Casa de Contratación de Indias, establecida en Sevilla para regular el comercio y la navegación con las nuevas tierras. El Tratado de Tordesillas (1494) dio pie a una larga polémica en la que los poderes castellanos estaban convencidos de que su antimeridiano les otorgaba el control de las Molucas. Con la proclamación de Carlos I como rey de Castilla, la entrada sin ambages de comerciantes y banqueros alemanes en los mercados hispánicos, en la mayoría de las ocasiones asociados a poderosos negociantes castellanos (en especial burgaleses), dio un nuevo empuje al asunto. Tras algunos intentos frustrados desde comienzos de siglo, en 1519 zarpaba de Sanlúcar de Barrameda la armada de Fernando de Magallanes, dispuesta a buscar un paso meridional al bordear el Nuevo Continente hacia el Mar del Sur. Los Fúcares dispusieron ?nanciar la expedición con 10.000 ducados; también junto a factores castellanos, como el burgalés Cristóbal de Haro (Medina, 1888: II, 324 y sigs.). A ?nales de 1521, durante el transcurso del accidentado viaje de la armada magallánica y fallecido el portugués, Gonzalo Gómez de Espinosa tomaba posesión de las Islas de Maluco, donde el rey de Tidore prestó vasallaje al de Castilla; allí fundó una factoría donde se depositaron diversos efectos y mercancías para una vuelta posterior, presente en la mente de todos. Solo la nao Victoria, al mando de Juan Sebastián Elcano, conseguiría llegar a la Península por el cabo de Buena Esperanza en 1522. Pero venía cargada de clavo. Nada menos que valorado en siete cuentos ochocientos ochenta y ocho mil seiscientos ochenta y cuatro maravedís (Medina, 1888: II, 120). Pese a las enormes pérdidas de buques, dotaciones, mercancías y el esfuerzo realizado, se demostraba que la ruta por el poniente era posible. Y las perspectivas de negocio eran de lo más esperanzadoras. De esta manera, los temores portugueses se trocaron en una sensación de amenaza tangible. Y entre esto sucedía, Hernán Cortés emprendía el establecimiento castellano en las costas novohispánicas del Pací?co. Con los años, el final del proceso reveló que esta era la vía castellana más acertada hacia el lejano oriente (tanto que estuvo activa hasta el siglo XIX). En octubre de 1522 llegaban las excelentes noticias a la península: Dicen que Cortés está muy próspero, y que ha descubierto por allá la Mar del Sur, y que es muy rica tierra, y que hace allá navíos. (Otte, 1968: II, 258; Lenkersdorf, 1997: 22).
Con este panorama se estableció en La Coruña, aquel mismo año, la Casa de Contratación de la Especiería (Cuesta, 2004). El memorial presentado al Emperador sobre las conveniencias de crear tal institución en el gran puerto gallego ya expone también sus diferentes ventajas sobre Sevilla (Fernández de Navarrete, 1837: V, 193-195). Entre otras, básicamente, la cercanía a los mercados ?amencos y norte europeos y la lejanía del centro económico lisboeta, que podría hacerle sombra. También fue clave (y así se muestra en el documento) la proximidad de los astilleros del norte de Castilla, principalmente cántabros y vascongados, desde donde proveer los buques con los que formar las armadas. Porque las naos se preveían las protagonistas, por sus probadas cualidades marineras y su capacidad para embarcar mercaderías y vituallas para un largo viaje. Además, es por todos conocido el problema de los calados en los navíos que pretendían arribar a Sevilla. Para abundar más, La Coruña contaba con una Casa de la Moneda desde el siglo XIII, plenamente activa durante el siglo XVI (García/Portela, 1998, 1999, 2000: 132-139, 169-179, 161-179). Y posiblemente, también estaba presente la voluntad del monarca de restarle nuevas competencias comerciales y de navegación a la Casa de Contratación hispalense (Szászdi, 2008).
También en 1522, el Emperador emitía los privilegios concedidos a quienes armasen navíos para ir al Maluco en cinco armadas consecutivas. En aquel momento, ya se había acordado preparar una nueva ?ota con la previsión de que partiese en marzo de 1523 habemos acordado y terminado de embiar seis naos de armada muy en orden, así de artillería é municiones, como de mantenimientos, mercaderías de rescates y otras cosas necesarias para el rescate é contratación que se hace en la dicha Especería. (Fernández de Navarrete, 1837: V, 197). En realidad, es un detallado documento que contempla los más diversos aspectos ?scales y económicos de las futuras transacciones comerciales y en suma, del asentamiento castellano en las islas. Obviamente, en este contexto, abría las puertas al capital extranjero: Concedemos a los sobredichos armadores que armaren en esta presente armada solos o en compañía en cuantía de diez mil ducados o dende arriba, que puedan poner cada uno que así armare en la dicha cuantía en una de las naos de la dicha nuestra armada, cual ellos quisieren, e en las cuatro venideras, un factor suyo propio, con tanto que sea súbdito e natural de la corona de estos nuestros reinos de Castilla e León e Granada. (Fernández de Navarrete, 1837: V, 197). Los armadores directos de esta segunda expedición iban a ser los Fúcares con diez mil ducados, los Bélzares con dos mil, y el factor burgalés Cristóbal de Haro; los mismos alemanes y castellanos que habían ?nanciado la elección imperial de Carlos V (Lenkersdorf, 1997: 13-30). Poco más se puede incidir sobre la relación de los banqueros alemanes con el Emperador, de quienes se dijo que fueron (los Fúcares) quienes instaron al monarca a la ruptura del monopolio comercial indiano, realizada a través de la conocida concesión de 1522 a raíz del descubrimiento de las Molucas (Schafer, 1935: 334; Martínez, 1955: 173-192). Ya puso de mani?esto Lucena Salmoral el deseo de los banqueros germanos de abrirse al mundo ultramarino español y abandonar en parte el portugués (Lucena, 1982: VII, 241). Tanta fue la colaboración que los Bélzares, gracias a las concesiones del Emperador, a partir de 1525 abrieron una factoría en Santo Domingo y, poco más tarde, se convertirían en los primeros centroeuropeos con derechos de colonización en las tierras americanas. El con?icto con Portugal estaba abierto tras el fracaso de la Junta de Badajoz (1524). Las di?cultades del paso por el Estrecho de Magallanes ya se conocían. Así que, desde La Coruña, partió en 1525 una carabela armada por el Emperador al mando de Esteban Gómez (Fernández, 1972: I, 192) para buscar un paso hacia el Pací?co por el norte, por la llamada entonces Tierra de Bacalaos: Iba este piloto en demanda de un estrecho que se ofreció de hallar en tierra de Bacallaos, por donde pudiesen ir a la Especiería en más breve que por otra ninguna parte, y traer clavos y canela y las otras especias y medicinas que de allá se traen.
Pero tras diez meses de exploración, regresó a la península sin haber hallado solución al problema. (López de Gómara, 1554, cap. XL, p. 33-34). Veremos en detalle esta expedición.
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