El mito de Alhucemas

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El mito de Alhucemas

FICHA TÉCNICA

Tras el Desastre de Annual de 1921, el método de ocupación militar no daba resultado en el Protectorado español de Marruecos. La situación bélica iba asociada a un movimiento general panislámico de gran resistencia contra los europeos, y aún más contra los españoles. Alhucemas se convirtió en un mito, en un tópico, ya que los mandos africanistas aseguraban que la salida del enredo marroquí dependía únicamente de la conquista de este territorio y el aplastamiento de la cabila de los Beni Urriaguel, donde se enclavaba el cuartel general de Abd el-Krim. Además, se produjo la natural relación entre la xenofobia rifeña -en demanda de su emancipación-, los negocios mineros de su territorio y un eficaz contrabando de armas por la zona francesa, por la internacional de Tánger y por otros puntos de la extensa costa africana.

El día del desembarco (8 de septiembre de 1925), para los elementos castrenses y monárquicos, se derrocó el mito de la inexpugnabilidad de Alhucemas. La ocupación de la bahía -equivalente a una intervención de carácter colonial- significó para una parte de la sociedad la restauración del prestigio militar español, la simplificación del problema marroquí y la imposición de la paz contra una República del Rif independiente. La cooperación franco-española fue excepcional en un contexto tradicional de desconfianza y enemistad entre potencias coloniales rivales. La falta de un criterio firme en las altas esferas políticas y militares y la influencia del factor casualidad en el éxito obtenido rodearon al mito de Alhucemas.

Alhucemas encerraba la quimera de una liquidación, el término de un calvario por el que había ido pasando la nación española, un centro tenebroso de conspiración de los rifeños sublevados contra la penetración colonial, y lugar de prisioneros. La cuestión marroquí causó la ruina de la Hacienda y un fuerte desprecio popular. Aun así, espoleó a los golpistas militares, convencidos de su mesianismo frente a una clase política a la que menospreciaban. La victoria de Alhucemas glorificó a Primo de Rivera y su séquito, en el contexto de una trama ultráica marcada por la intercesión divina en las grandes misiones españolas. La aristocracia castrense del Protectorado, que se había cubierto de fama en Marruecos, fue una década después, la misma que se rebeló contra la República española, en beneficio del fascismo internacional controlado por Roma y Berlín. La insurrección militar fascista de 1936 buscó en esta fuerza africana su base principal

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